Conocí a Gustav entre las páginas de un libro de Gustav Doré.
Se trataba de un compendio de caricaturas de 1871 que llamó mi atención en la biblioteca del museo de Angulem (Francia), durante el Festival Internacional de Cómic en 2011.
Mientras intentaba no perder detalle, me desafiaban los rostros de burgueses y políticos de la época… ¡y allí estaba él!
Era la semilla, el fantasma o la reencarnación de un soldado cualquiera. El personaje me acompañó en mi viaje de vuelta y me dejó moldearlo poco a poco.
Quería conseguir un efecto grabado, a la manera de Goya y Rembrandt. Experimenté con la plumilla y me conecté con el acabado romántico resultante.
Durante el proceso de desarrollo me sumergí en las nebulosas, el espíritu, la sensibilidad y el temperamento de pintores como William Turner o Friedrich.